- Chile tiene la segunda tasa más alta de suicidio en Latinoamérica, con 1.500 muertes autoinflingidas anualmente. La presidenta de la Fundación José Ignacio, dedicada a concientizar sobre este mal, explica cómo se puede ayudar a un adolescente que ha decidido acabar con su vida.
Es uno de los pocos temas tabú que van quedando en la sociedad moderna. El suicidio es quizás uno de los tópicos más dolorosos y es por eso que no se trata abiertamente. El 10 de septiembre es el Día Mundial para la Prevención del Suicidio y por eso es un buen momento de revisar las espeluznantes cifras de esta causa de muerte.
Caídas en el Costanera Center o en el metro de Santiago son sólo algunos casos de intentos de suicidio registrados en el país y que han sido cubiertos por los medios de comunicación. Según datos de la OCDE, en Chile 1.500 personas se quitan la vida al año, con una tasa de suicidio que ha aumentado vertiginosamente: en 1990, 5.6 personas por cada 100 habitantes optaba por esa opción; en 2002, un 20.2; en 2009, 12.7; y en 2011, 13 personas lo hacían. Es decir, en 20 años la tasa de suicidios en Chile se ha duplicado.
¿Qué motiva a los chilenos a tomar una decisión de este tipo? “Hay muchos factores, pero quizás el más importante es que en las últimas décadas se han producido grandes cambios y a gran velocidad, donde los jóvenes se ven enfrentados a algo que no estaban preparados. Además, vivimos en una sociedad terriblemente competitiva, hostil y peligrosa”, explica Paulina del Río, presidenta de la Fundación José Ignacio, la cual está orientada a acompañar a los padres y adolescentes expuestos al tema del suicidio.
Según la Organización Mundial de la Salud, de las personas que se suicidan, el 90% padece de alguna enfermedad siquiátrica, entre las que se cuentan el trastorno bipolar, esquizofrenia y depresión. Cabe señalar que en Chile, en las últimas dos décadas hubo un aumento de consumo de antidepresivos de un 470,2%.
Aunque el grupo que registra el mayor número de suicidios es el de mayores de 65 años, cada año aumenta la tasa entre jóvenes de 20 y 24 años, donde se registran un promedio de 23 casos por cada 100 mil habitantes. ¿Qué es lo que pasa con los adolescentes y jóvenes? La red de apoyo se está quebrajando.
“Creo que uno de los factores a considerar es que la familia ya no es lo que era antes. Los padres se ven enfrentados a grandes responsabilidades de carga de trabajo y tienen poco tiempo para escuchar a sus hijos y tener reuniones familiares”, analiza Del Río, profesional Diplomada en Psicología Transpersonal de la Universidad del Pacífico y certificada en el Programa ASIST (Applied Suicide Intervention Skills Training) de California, EE.UU.
Otro de los factores a tomar en cuenta es la irrupción de las redes sociales y de la llamada ‘era de la comunicaciones’, que influye directamente en las relaciones interpersonales. “La invasión de los medios atenta contra la vida comunitaria y familiar. Gracias a Internet podemos estar en contacto con los hijos, pero lo malo es que se pierde el abrazo y la mirada, que son muy importantes. Internet es un arma de doble filo: puedo buscar cómo suicidarme y también buscar ayuda para no hacerlo”, precisa.
De igual modo, la especialista afirma que por el llamado efecto “Werther” se teme informar abiertamente sobre casos de suicidios, ya que cuanta mayor información disponible haya sobre suicidios, más casos ocurren. “Efectivamente existe. En nuestro país tenemos el ejemplo de Tongoy en 2008, cuando varios jóvenes se quitaron la vida en circunstancias parecidas y en un corto periodo de tiempo. Sin embargo, la mayoría de los estudios actuales coinciden en que es fundamental hablar de suicidio”, aclara.
¿Cómo evitar un suicidio?
El suicidio sigue siendo un tema tabú en Chile, lo que provoca que aunque se tengan sospechas, no se habla del tema. “Quizás el principal mito que debemos dejar atrás es que no por preguntarle a una persona si está pensando en suicidarse, le vamos a poner la idea en la cabeza. Lo más probable es que si preguntamos con calma y escuchamos la temida respuesta con atención y cariño, sin juzgar ni escandalizarnos, lograremos bajar la presión, evitaremos que esa persona se sienta estigmatizada y podremos acompañarla a buscar ayuda”, complementa la experta.
“Todos somos capaces de prevenir un suicidio. Para muchos el solo hecho de ser escuchados, acogidos y abrazados, basta para disipar el momento de crisis. Debemos tener muy presente que el suicida generalmente no quiere morir, sino poner fin al dolor que ha ido acumulando durante largo tiempo. Puede estar convencido de que no hay otra solución a su tragedia; sin embargo, cuando se le presentan alternativas viables, son altas las probabilidades de que escoja seguir viviendo”, asegura Paulina Del Río.
Según la presidenta de la Fundación José Ignacio, la gran mayoría de los jóvenes que optan por el suicidio son extremadamente sensibles. Es por eso que hay que estar muy atento a sus conductas y a las señales que pueden dar.
“Es nuestro deber informarnos de las señales de riesgo, las que paso a enumerar: la persona dice frases desesperanzadas como ‘Nunca va a mejorar nada’, ‘Igual ya luego no va a importar’, ‘No merezco vivir, soy un fracaso’, ‘La vida es tan difícil’, ‘Tengo ganas de terminar con todo’ y ‘A mí nadie me echaría de menos si no estuviera’. También es un factor de riesgo que la persona haya tenido una pérdida reciente, consuma drogas o alcohol, se aisle de su familias y amigos, pierda interés en actividades, entre otras”, desglosa la Diplomada en Psicología Transpersonal de la Universidad del Pacífico.
La Fundación José Ignacio está dedicada a ayudar a niños y jóvenes a buscar el sentido de su vida y recuperar la esperanza. Además, acompaña a personas que están pensando en el suicidio y a padres cuyos hijos se encuentran en esta delicada situación.