Cada 18 de agosto se celebra el Día de la Solidaridad, en memoria del fallecimiento del Padre Alberto Hurtado en 1952. Es el momento de reflexionar qué desencadenan las acciones caritativas y si realmente los chilenos somos tan solidarios como habitualmente se dice.
En conmemoración de la muerte del Padre Alberto Hurtado, ocurrida el 18 de agosto de 1952, el Congreso decidió instaurar aquella fecha como el Día Nacional de la Solidaridad, momento perfecto para reflexionar si los chilenos tenemos esta cualidad y cómo lo demostramos.
Según un estudio realizado en 2014 por Adimark y Fundación Trascender, el 70% de los encuestados cree que Chile es un país solidario. ¿Lo seremos realmente?
“Resulta pertinente preguntarse si hoy somos más o menos solidarios que antes, considerando que esta actitud o valor intangible es actualmente un bien muy preciado por las distintas sociedades, sobre todo cuando presenciamos situaciones crecientes de desigualdad y de cambios profundos en los paradigmas de convivencia tradicionales”, indica Christian Quinteros Flores, Secretario de Estudios de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad del Pacífico.
Lo cierto es que sólo un 6% de los chilenos realiza voluntariado, una de las formas de ayudar más reconocida. Pero, ¿qué se entiende por solidaridad? Algunos la definen como “el apoyo o la adhesión circunstancial a una causa o al interés de otros, por ejemplo, en situaciones difíciles”.
Según el estudio “Mirémonos: saber cómo somos”, realizado el año 2010 por la consultora Visión Humana, el 95,6% de los chilenos considera que sus compatriotas se destacan por su solidaridad cuando se requiere ayuda, así como también por su capacidad de levantarse ante los problemas o dificultades (89%).
No están lejos de la realidad. De hecho, a causa del terremoto 27-F del 2010, se organizó rápidamente la cruzada solidaria “Chile ayuda a Chile”, donde se logró una recaudación final de $45.974.813.684.
Tampoco hay que olvidar que año a año se realiza el evento solidario por excelencia en Chile: la Teletón. La Fundación, que busca reunir dinero para ir en ayuda de los discapacitados del país, logró en 2014, después de las “27 horas de amor”, una suma de $34.582.986.027. Los aportes de la ciudadanía representaron un 70,4% y el de las empresas un 29,6% del total recaudado.
“Pareciera no ser suficientemente razonable establecer relaciones cercanas y afectivas con personas que ni siquiera conocemos cuando se producen las tragedias en regiones distantes y que dan origen a las grandes campañas solidarias, pero algo de familiar y cercano se genera entonces que nos hace actuar de esta forma, más aún cuando la catástrofe es pública y masiva, y contravenir los principios económicos. Este tipo de actitudes quizás nos hablan de un país cercano y familiar, o de un interés personal en obtener reconocimiento social hacia nuestra actitud”, explica Quinteros.
¿Cuál es el motor que impulsa la ayuda solidaria?
El académico de Trabajo Social de la Universidad del Pacífico plantea que existe un corriente que afirma que la solidaridad es una condición natural del ser humano, mientras que otros aseguran que es una práctica basada en creencias religiosas. Hay bastantes teorías.
“También existen algunos autores que cuestionan el origen natural de la solidaridad, incluso la sociabilidad natural del ser humano, y lo reducen al establecimiento de relaciones interpersonales de ayuda, más bien centradas en la convivencia y en el intercambio recíproco. Incluso, autores como Durston o el mismo Robert Putnam, hablan del capital social como un enfoque teórico comprensivo que básicamente se refiere a la acumulación de favores como activos sociales en las relaciones. En la medida que un individuo genere más relaciones sociales y tenga más ‘favores’ pendientes por cumplirse, más capital social tiene”, explica el experto.
De hecho, aunque la Teletón cumple su meta económica en cada versión, hay quienes continuamente critican el show televisivo y la lógica que se plantea. Argumentan que hay quienes buscan lucirse y sacar provecho para mejorar sus imágenes públicas. En el mundo académico hay una corriente que alude al mismo planteamiento.
“Algunos experimentos señalan que los seres humanos, cuando nos involucramos en interacciones sociales, deseamos ganarnos la reputación de que devolvemos la mano a quien nos ayuda. Por eso actuamos de manera cooperadora y lo hacemos instintivamente y no calculadamente, porque hemos aprendido, mientras hemos ido evolucionando, que eso nos conviene. Pero cuando actuamos de manera anónima y no está en juego nuestra reputación, tendemos a comportarnos de manera egoísta y competitiva, como ocurre en los mercados impersonales. Es decir, en ambientes sociales cercanos somos mucho más solidarios que en ambientes más distantes. Esta explicación calza perfectamente con espacios comunitarios o barriales, naturalmente mucho más espontáneos y afectivos”, describe Christian Quinteros.
Independiente del origen de las acciones humanitarias, lo cierto es que la solidaridad es un factor fundamental para la cohesión social. “Esta ‘cultura de la solidaridad’ hace que los grupos sociales perduren en el tiempo y desarrollen menos conflictos sociales, garantizando la continuidad sociocultural del grupo. Una sociedad menos solidaria, menos abierta al intercambio, a la ayuda, es una sociedad más desconfiada, donde instalar intercambios y valorizarlos es mucho más complejo”, concluye el Secretario de Estudios de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad del Pacífico.