La valentía de la deportista Erika Olivera al relatar un doloroso pasado de abuso en su infancia y adolescencia, pone nuevamente en discusión la necesidad de que este tipo de delitos sea imprescriptible y muestra cómo dar a conocer esta agresión permitiría sanar heridas y también conseguir una sanción moral y pública hacia el victimario.
Fueron once años de abuso sexual cometido por su padrastro. Y tuvieron que pasar veinte años más para que la destacada atleta Érika Olivera se decidiera a sacar a la luz esta dura experiencia personal. Su confesión se produjo ad portas de participar de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, porque –según relató a Revista Sábado– ya no quería seguir cargando con una mentira acerca de los orígenes de sus éxitos deportivos.
Para la docente de la Escuela de Psicología de la Universidad del Pacífico, Ximena Montero, más allá de esas razones, esperar tanto tiempo tiene que ver con la dinámica propia del abuso, que es un síndrome secreto o “la ley del silencio”, como le llama Jorge Barudy en uno de sus libros acerca del maltrato y abuso sexual en la infancia. “Es algo que se vive en secreto y que es muy difícil de abrir. La mayor parte de las veces las víctimas se tardan mucho tiempo en develarlo. En ocasiones no logran hacerlo nunca o, lo que es peor, lo comunican y dada la negativa reacción familiar o de la comunidad, se retractan y callan nuevamente, con gran posibilidad de ser revictimizadas”, señala.
De hecho, tal como se supo en el caso de Olivera, el no tener buenos resultados al dar cuenta de esta verdad a su madre, puede que haya empujado a la niña Erika a seguir callando. “La reacción de la familia y/o de los cuidadores principales no abusadores es una de las variables más relevantes. Si la víctima cuenta con su apoyo y credibilidad, es posible comenzar la interrupción de la situación, la protección y el proceso de reparación. En caso de que la familia se alinee con el agresor o no apoye al niño víctima, lo expone nuevamente a un trauma o daño, es decir, a una nueva victimización”, indica la psicóloga.
La experta de la U. del Pacífico agrega que en ocasiones los niños refieren que han vivido más traumáticamente el rechazo o falta de credibilidad y protección de parte de sus cuidadores, que del abuso en sí mismo (sin minimizar este daño). “Es muy doloroso y devastador que los niños logren contar lo que han vivido y que quienes deberían protegerlos y ayudarlos, los abandonen o los descalifiquen desacreditando su relato. Este acto destruye aún más la seguridad, la confianza y la esperanza en lograr protección integral”, advierte.
Como el abuso sexual intrafamiliar es una dinámica altamente compleja, se requiere para su abordaje la intervención y apoyo a todo los involucrados. “Esto puede hacer la diferencia en que pueda existir una madre o padre que proteja al niño o niña, o que se convierta en cómplice o encubridor (con más o menos conciencia). De algún modo, la familia en su conjunto es víctima indirecta de quien abusa, y el buen tratamiento contribuye a que la víctima directa pueda contar con el apoyo de sus cercanos. Esto es vital para evitar nuevos daños y como recurso para la interrupción de la victimización, la protección y la reparación del daño”, acota la profesional.
La revelación de la deportista de elite fue acompañada de una denuncia ante la PDI, que puso sobre la mesa nuevamente el tema de la prescripción en 10 años de este tipo de delitos en Chile, por lo que quedaría sin sanción. Pero, ¿cómo sirve dar a conocer este duro episodio tanto tiempo después?
“La develación es un acto central en la posibilidad de interrumpir la situación o de reparar su daño, a pesar de que esto haya dejado de ocurrir hace años. Es un paso relevante a la hora de salir de la dinámica atrapante del secreto. Posibilita contar con apoyo de otros, resignificar y reparar la experiencia y tener acceso a la justicia. También es un acto preventivo, puesto que la develación de un abuso puede ser la clave para evitar que la persona que abusa siga vulnerando a esa o a otras personas, dado que generalmente es una conducta repetitiva y compulsiva, por lo que suelen tener a más de una víctima”, finaliza la docente de la Escuela de Psicología de la Universidad del Pacífico, Ximena Montero.