Emprender una aventura en solitario, ya sea por nuestro propio país o por el mundo, es algo cada vez más común. Realizados a modo de año sabático, antes, durante o luego de finalizar los estudios, estos viajes son incorporados como algo normal entre la juventud. Pero, ¿qué pasa cuando esta práctica es realizada por un adulto? Especialista comenta este creciente fenómeno.
Viajar sin compañía ya no es una rareza. La posibilidad de encontrar hospedajes baratos en cualquier parte del mundo a través de Internet, las redes de contacto que ayudan en la logística del periplo y las mil ofertas existentes en el mercado para costear estas aventuras, hoy facilitan la decisión de algunos para hacer las maletas y partir. Un entusiasmo que ya no sólo pertenece a los más jóvenes, sino que cruza el universo de todas las edades.
Sin embargo, la directora de la Escuela de Psicología de la Universidad del Pacífico, Carmen Gutiérrez, señala que estos viajes en solitario tienen un sentido existencial diferente dependiendo de la edad del viajero. “El sentido en el más joven irá más por el lado de la conquista, de sentirse ciudadano del mundo pero pisando fuerte, con valentía y arrojo. Además, teniendo 20 años, te importa bastante menos pasar hambre o dormir en el suelo o sin comodidades. Y en la medida que vamos envejeciendo, el viaje es una conquista del mundo, pero básicamente una conquista interior, una conquista de vencer los propios miedos, las inseguridades y, también, para descubrirse en otra dimensión”, comenta la psicóloga.
Casos reconocidos hay, como el de la viajera de la famosa historia Comer, Rezar, Amar, que emprende un recorrido por Italia, India e Indonesia en búsqueda del equilibrio físico y espiritual, luego de haber vivido una crisis. O el de la periodista chilena Anita Córdova, quien el año pasado viajó tres meses por Asia y hoy, después de vender su casa, a los 48 años explora sola Europa y lo relata en su Blog Viajo sola y me encanta!
“Creo que con la edad la mujeres nos liberamos y nos permitimos cosas que de jóvenes no podemos, por estar enfocadas en la carrera o en la maternidad. A mis 47 y siendo ya abuela, me regalé un viaje extraordinario. Me permití dejarlo todo y salir a recorrer el mundo en busca de vivencias que quiero plasmar en este blog. Fue un viaje maravilloso recorriendo Tailandia, Myamnar, Laos, Cambodia, Vietnam e Indonesia. Un aventura en solitario en la que paradójicamente nunca me sentí sola. Descubrí rincones mágicos, personas extraordinarias pero sobre todo tuve tiempo de estar conmigo misma en un viaje interior que me permitió conocerme y crecer como persona”, narra la periodista.
Tras ese relato, la especialista de la U. del Pacífico plantea que hay algo positivo. “Tengo la idea de que es una persona que está en una crisis existencial preciosa y maravillosa, pero no con el carácter negativo, porque es deseable y sano que así suceda”, dice.
Pero, ¿a qué se deben estas crisis existenciales? “Uno normalmente hacia los 40 años, más menos, empieza a preguntarse cuál es el sentido real de la vida; qué es lo que estoy haciendo con mi vida, si es esto lo que me hace feliz, lo que soñé. Y se entra a una etapa de cuestionamientos, que es lo que se denomina una crisis existencial. A todos naturalmente nos va a pasar que la tengamos, porque de alguna manera está ligado con que la finitud se nos hace más evidente e, incluso, hay cambios físicos y biológicos que nos dicen que ya no somos los mismos que éramos hace algunos años atrás. Entonces uno ya no tiene todo el tiempo del mundo para reconstruirse y uno no está ya en la etapa de ser conquistador, cazador, poseedor, sino que está más bien para construir su casa interna, por decirlo de alguna manera”, agrega Carmen Gutiérrez.
En este sentido, los cuestionamientos pueden llevar a las personas por diversos caminos. “Hay personas que simplemente desoyen el llamado del alma y hay personas que lo escuchan. Hay unas que lo resuelven separándose y cambiando el auto; haciéndose una liposucción o con cambios externos, porque atribuyen su insatisfacción o falta de desarrollo a otro externo y llevan su conflicto a ese plano, lo que implica muchas veces crisis matrimoniales, separaciones, amantes, etc. Son formas de resolver la crisis, pero que lo hacen parcialmente”, advierte la directora de Psicología de la U. del Pacífico.
¿Qué ofrece un viaje en este contexto? “Otros emprenden un viaje como forma de resolver esta inquietud y esta búsqueda. Pero este viaje es un viaje simbólico, un viaje iniciático, que en definitiva es hacia adentro, hacia el mundo de la propia subjetividad, de la propia psiquis y es para volver a preguntarse quién soy, para dónde voy, pero en este momento las profundidades de esas preguntas alcanzan otras dimensiones”, explica.
La psicóloga concuerda con la periodista Anita Córdova en el sentido de que estos viajes en solitario permiten un conocimiento y crecimiento personal. “Porque viajar por el mundo tiene la posibilidad de mirarse en distintos contextos y escenarios, ya que lo que aflora de uno es algo distinto. Ya no es la misma forma de resolver en los espacios conocidos, porque hay que vincularse con personas de países diferentes, con otros idiomas, que te muestran la realidad posible y, además, te enseñan otro lado de ti”, apunta.
La experta de la U. del Pacífico señala que en algunos casos este viaje iniciático es concreto y en otros casos es simplemente hacer algo distinto. “Uno puede hacer un viaje como el de esta periodista que viaja por el mundo y sube sus fotos, o instalarse a meditar estando sentada, aparentemente haciendo nada, o arreglando el jardín, o haciendo un curso de cocina”, precisa.
Por lo mismo, todos de alguna manera podemos hacer este tipo de viajes. “Creo que ese tipo de preguntas debiera emerger en todas las personas, independientemente de sus características personales. Lo que sí, el cómo se prepara cada persona para ese viaje será distinto. Posiblemente alguien introvertido será de espacios más seguros y contenidos, y alguien extrovertido será más osado y arriesgado”, acota la docente
El verdadero sentido del viaje
Para la directora de la Escuela de Psicología de la Universidad del Pacífico, Carmen Gutiérrez, lo que puede suceder con un viaje es algo muy bonito, en el sentido de descubrir nuevas dimensiones de la vida, porque considera partes de la vida dejadas de lado. “En las crisis empieza a despertar algo que nos dice ´tómame en cuenta´ y que tiene que ver con que si uno lo hace, se completa con ese lado postergado”, indica.
Además, un buen viaje iniciático también permite descubrir partes de uno que requieren morir. “Uno entiende la vida como algo lineal, donde vivimos y luego morimos, pero no es así. El ciclo es vida, muerte, vida y en forma permanente. Y con el viaje nos abrimos a las dimensiones nuevas, dejando morir las viejas, que tienen que ver con soltar certezas y desidentificarse con ciertos aspectos, y lo ideal es que al final del viaje integremos la experiencia. Cuando lo hacemos, no es que uno se levante siendo otro, sino que hay un lado de uno que crece, se complejiza y llega más integrado y, por lo tanto, uno debiera llegar más abierto, más flexible, más sensible, más tolerante”, explica la psicóloga.
“Hay quienes viven las crisis, hacen malas salidas y van por el camino de la evitación. Y también pasa mucho que otros hacen malos viajes, que son de huida, especialmente de sí mismos, y en el viaje pone muchas cosas y deja de escucharse”, dice Gutiérrez, y por ello es clave saber cuál es el sentido del viaje. “El sentido y el valor del viaje es el viaje, más que el destino. Entonces, cuando uno está haciendo un viaje, hay que vivirlo a conciencia, con todo lo que implica el proceso de ese viaje, sin poner el énfasis en la meta, viviendo cada momento con sus pros y contra”, concluye la directora de la Escuela de Psicología de la U. del Pacífico.