¿Cuál es el impacto ambiental de determinados alimentos? ¿Qué hábitos cotidianos podríamos implementar para bajar dicho impacto? Estas interrogantes son cada vez más recurrentes en un mundo más consciente sobre la alimentación sustentable, incluso a nivel de lo que comemos y dejamos de comer. Especialista de la Universidad del Pacífico aborda este fenómeno.
Cada vez es menos raro que la gente se pregunte acerca de lo que come y de cómo sus elecciones nutricionales impactan en el medio ambiente. En este contexto han nacido movimientos como el Proyecto 100K, impulsado por la Asociación Chilena de Chef de Chile (ACCHEF), que entrega un sello a aquellos restaurantes que promueven la compra de productos que se encuentran a menos de 100 kilómetros de distancia. En la misma línea está la creación de grupos como Disco Sopa, que recicla el desperdicio alimentario proveniente de ferias o supermercados con la idea de crear conciencia acerca de lo que diariamente se va a la basura.
“Cada día que pasa, el llamado cambio climático se hace más evidenciable. Ciertamente el tema preocupa a toda la humanidad, ya que si no actuamos a tiempo este cambio va a generar enormes catástrofes ecológicas que van a atentar contra la supervivencia de nuestra especie”, señala el docente de la carrera de Nutrición y Dietética de la Universidad del Pacífico, Juan José Rojas.
Es el caso de la contaminación ambiental generada por las grandes industrias y el transporte que usa hidrocarburos, que efectivamente es dañino. “Cada vez más la producción industrial de alimentos favorece la generación de emisiones de carbono que hacen posible este efecto invernadero y, por supuesto, este cambio en el comportamiento de los climas y su impacto ambiental”, comenta el nutricionista.
Como ejemplo, el experto de la U. del Pacífico indica que el procesamiento de los alimentos para consumo humano genera un 18% más de emisiones que el propio transporte público, de acuerdo a informes de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). “La producción de cárneos, pescados y vegetales a escala industrial contribuye de manera significativa al aumento de la huella de carbono, debido a que se debe disponer de grandes predios agrícolas para el pastoreo de los animales. Estos predios demandan también un gran uso de sustancias químicas que favorecen una mayor producción (fertilizantes y agroquímicos de toda especie), como también la desforestación para disponer de estos terrenos de pastoreo, con el consiguiente daño ambiental asociado a la pérdida de vegetales”, aclara.
Entre otros aspectos alarmantes de la industria alimentaria, Rojas menciona el hecho de que los animales para producción cárnica producen, por sus heces descompuestas, una gran cantidad de metano. “Un gas más contaminante que el propio dióxido de carbono”, advierte. Asimismo, la industrialización de los alimentos per sé contribuye a esta contaminación debido al uso de energía contaminante y uso de aguas. Y un dato significativo es que la industria pesquera produce cerca de 150 toneladas de dióxido de carbono al año.
La alimentación sustentable en casa
El docente de Nutrición y Dietética de la Universidad del Pacífico, Juan José Rojas, comparte la idea de que para apoyar la eficiencia de los recursos naturales no basta con dejar la tarea a otros o sólo a la industria alimentaria, ya que la mitigación de este tipo de contaminación puede partir por uno mismo.
En su reflexión, el experto señala que este tema toma ribetes de urgencia para proponer prácticas cotidianas que disminuyan el impacto ambiental de nuestros actos, incluidos el comer, entre los que están las siguientes:
- Reducir el consumo de productos cárnicos a tres veces por semana como máximo. No debe eliminarse, debido a la cantidad y calidad de los nutrientes aportados por estos alimentos, especialmente hierro de buena calidad.
- Consumir productos certificadamente orgánicos, los que han tomado mucho protagonismo en el último tiempo.
- Implementar en las comunidades estrategias de producción de nuestras propias hortalizas y frutas, como son los huertos caseros, que incorporen también la reutilización de desechos de los alimentos en la creación de compostajes y abonos orgánicos. Es una actividad que debiéramos potenciar para volver a nuestras raíces culturales alimentarias.