- El 68% de las mujeres chilenas ha sufrido acoso sexual callejero, según un estudio del Instituto Nacional de la Juventud (INJUV) y el Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC). Al respecto, el psicólogo Miguel Gatica Chandía, docente de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad del Pacífico, plantea que más allá de una ley, frenar el acoso pasa por un cambio cultural.
Muchas veces cuando niños fuimos testigos de piropos dirigidos a alguna mujer al pasar por un lugar en construcción o en zonas comerciales donde más de alguien piropeaba. Lo más probable es que lo consideráramos normal, muchas veces gracioso y rara vez de manera negativa.
Sin embargo, de acuerdo al primer sondeo sobre “Jóvenes y acoso sexual callejero: opiniones y experiencias sobre violencia de género en el espacio público”, realizado por el Instituto Nacional de la Juventud (INJUV) junto con el Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC) en un universo de 1.114 jóvenes de entre 15 y 29 años de todo Chile, cinco de cada diez personas afirman que este tipo de conductas presenta una problemática importante para la población juvenil. En cuanto al género, el 68% de las mujeres y el 25% de los hombres afirma haber sido víctima de acoso sexual callejero.
En la actualidad, se encuentra en el Congreso un proyecto de ley que busca modificar el Código Penal para tipificar el acoso sexual callejero con penas de cárcel y multas para quienes protagonicen estas conductas que, sin duda, constituyen actos de violencia.
“Debemos reconocer que el piropo está culturalmente normalizado”, plantea el psicólogo Miguel Gatica Chandía, académico de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad del Pacífico. Si bien el especialista valora que se trabaje en una ley que, como tal, tipifica un delito y estipula sanciones para los acosadores, reconoce también la dificultad que existe para probar el delito, que en este caso serían los piropos de connotación sexual.
“Desde mi mirada, probar ese delito va a depender de una serie de variables, ya que se da en un contexto generalmente de calle y esencialmente en grupo; también va a depender de historias personales, en cuanto a la percepción de ofensa o no de ese piropo, además de la percepción sexual que se le asigne, principalmente por el o la que recepciona ese piropo. Por lo tanto, en este caso la ley probablemente carezca de la posibilidad de instalar pruebas que demuestren el delito que se quiere tipificar. Lo anterior, en cuanto a que los piropos de connotación sexual son un elemento significativamente distinto respecto de las tocaciones, que tienen un mayor peso para configurarse como delito, ya que configuran una clara vulneración”, señala Gatica.
En ese sentido, el docente de la U. del Pacífico indica que “a lo anterior se suma que hay que contemplar la variable psicopatológica, esto en el caso de personas con parafilias, que son patrones de comportamiento sexual en el que la fuente predominante de placer no se encuentra en la cópula, sino en alguna otra cosa o actividad que lo acompaña, como el froteurismo, que consiste en rozar el órgano genital con el cuerpo de otra persona sin su consentimiento”.
El psicólogo critica que al visibilizar estas leyes se haga solo desde una mirada de la mujer, debido a la estigmatización de los hombres. “Debo decir que las leyes debieran instalarse como una reflexión para instalar normas en todas y todos los ciudadanos de este país, independientemente de que aparezca el debate como una forma de luchar por los derechos de las mujeres, que por cierto me parece pertinente y necesario”, argumenta.
Más que una ley
¿Por qué hoy todo tiene que ser normado e instalado mediante una ley? “Desde una postura más reflexiva que crítica, nos hemos acostumbrado a que todo lo bueno y lo malo se establezca desde la norma jurídica y no desde la norma social, que se traspasa en una socialización primaria con nuestra familia, es decir, que la familia cumpla un rol normalizador. Lo anterior nos muestra el deterioro familiar que estamos viviendo y la dificultad de esta institución de desarrollar las funciones asignadas”, advierte el académico de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad del Pacífico.
“Además, debemos entender que lo anterior afecta el desarrollo moral, que tampoco se instala desde un ideal en los procesos de socialización secundaria (escuela), también por la evidente crisis que estamos viviendo. Por lo tanto, nuestra moralidad llega a un nivel tan inicial, que se concreta con que otros nos digan lo bueno o malo, donde en este caso ese otro es la norma jurídica, lo que evidencia una anulación de los procesos afectivos”, agrega.
Al ubicar el origen de las conductas de acoso sexual, de forma inmediata tendemos a relacionarlas con violencia, sin embargo, Miguel Gatica plantea la necesidad de que el proyecto de ley sea mirado como una la ley más amplia de violencia, que contemple eventos con características de delito en el caso de acoso sexual callejero, pero además que instale elementos propios de una justicia de tipo restaurativa. “Es importante crear mecanismos legales para que no quede sólo en una ley que finalmente será inaplicable, engorrosa y poco beneficiosa emocionalmente para las víctimas”, indica.
En este sentido, recuerda que una ley de acoso sexual callejero instala elementos de cambio cultural, lo que invita a ver esto como un proceso que no cambiará sólo por una ley, sino que obliga a conjugarlo con instancias educativas, desde contextos escolares y familiares. “Hay que nuevamente tomar en cuenta la inversión en los niveles iniciales, esto es realizar una prevención primaria, y para eso hay que comenzar con sensibilizar a los agentes socializadores de este país: padres y educadores. Recordemos que la ley por la ley no es la única solución al cambio cultural ni al cambio de paradigmas”, concluye el académico de la Escuela de Trabajo Social, Miguel Gatica.